jueves, 7 de abril de 2011

Aquí dejo otra muestra de muñequitas de fieltro: una princesa y un dragón. El dragoncito es jovencillo, sólo tiene 324 años, por eso su color verde es tan brillante y su piel tan lisa. Supongo que ya sabéis que la edad de los dragones se ve en el tono de las escamas y en los pinchos del lomo. Algunos creen que su edad se averigua por el tamaño de las alas, pero eso no es verdad porque las alas no les crecen apenas en toda su vida, aunque se van haciendo fuertes para soportar cada vez más peso. Lo de la edad de los dragones es muy importante y hay que llevar la cuenta por ellos, porque una característica particular suya es que van perdiendo la memoria conforme se hacen mayores.

Otra cosa que les pasa a los dragones es que son muy juguetones, por eso allá donde hay una princesa hay un dragón. ¿Por qué pasa esto? Os lo voy a explicar: las princesas están tan ociosas todo el rato que se aburren, por eso sus padres los reyes ya no saben lo que comprarles para entretenerlas. Hubo un tiempo en que se pusieron de moda los dragones, de ahí que todas las princesas tuvieran un dragoncito. El problema venía cuando la princesa se hacía mayor y tenía que casarse con un príncipe. Lo que hacía era convencer al dragoncito para escaparse juntos del castillo paterno. Como el dragón no sabía las consecuencias de este acto, decía enseguida que sí. Así que se iban al castillo de la sierra, donde no irían este verano porque estaba para reformar. Allí se instalaban en la más alta torre, a la que no se podía acceder por la escalera porque está prácticamente en ruinas. En este momento empezaban los problemas para el dragón porque el rey no iba a quedarse de brazos cruzados. Tenía que encontrar a la consentida de su hija como fuera. Claro, si no había boda no había acuerdos comerciales con el reino de su consuegro, ni bodorrio ni nada, y además ¿qué pensarían los otros reyes y los nobles y los consejeros y todos esos, de lo mal que había educado a la pija de su hija? Así que le pedía al futuro yerno que fuera a buscarla, y este, que también vivía muy aburrido, se montaba un viajecito con sus colegas igual de pijos que él, y se iban de excursión a la montaña. El resto ya lo sabéis porque quien más y quien menos ha visto alguna película.

Claro, cuando volvían al palacio de papá debían contar la actitud tan negativa con que los había recibido el dragón, y decían que si echaba fuego por la boca, que si tenía muy mala baba, que si con él no se podía razonar, y así poco a poco se fue creando la imagen que tenemos hoy en día de los dragones. Por su parte, la princesa también se iba cansando de jugar con el dragón y necesitaba nuevas motivaciones. Por eso ninguna hizo nunca nada por defender a su dragón, aunque, claro, ¿alguien las habría escuchado? Y volvían con el príncipe y sus amigotes a su casa a comer perdices y eso.

A esta princesa su suegra le regaló un bolso de Chanel, que le gustó bastante. Por cierto ¿conocéis el poema ese "la princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?..." Pues ya sabéis lo que le pasa: que de vez en cuando se acuerda de su dragón, con el que jugaba y jugaba cuando era una niña. Ahora que ya es mayor y lo ha perdido para siempre, lo echa de menos. Nunca será lo mismo un dragón que un marido por muy príncipe que sea. Y colorín colorado...

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